Diario de un apocalipsis zombie–Martes 20 de diciembre de 2011


Es cruel, pero alguien tenía que hacerlo.

Una gran verdad, un gran peso para mis ya agotados hombros. Una civilización entera sujeta a una manipulación. Manipulación que yo conocía y ocultaba con recelo para poder vivir al margen de ella. Era un precio a pagar. No sé, a veces pienso que estoy vendiendo mi alma para poder vivir libre en esta vida cruel e injusta.

Hace unos años, debido a la situación económica mundial afectada por una fuerte crisis, nuestro país, con un déficit disparatado, tuvo que recibir préstamos para salir adelante. Préstamos por parte de otras potencias. Pero bueno, me imagino que todos los que vivimos hoy en día conocemos esta situación.
Uno de los países que prestaron dinero a España fue China. Millones y millones que dejaban a nuestro país con una fuerte deuda.

España estableció numerosas maneras de pagar esta deuda. Y una de ellas, quizás la más surrealista, es precisamente el proyecto Odigos.

El proyecto Odigos es probablemente la más cruel de las ideas que ha tenido un ser humano en cuanto al derecho de la libertad. Odigos nos priva de nuestra condición de seres humanos. Nos conduce al borreguismo. Anula nuestro libre albedrío y nos convierte en marionetas a merced de poderosos peces gordos que llenan sus tripas lujuriosamente en el día a día con el sudor de nuestras frentes.

Pero Odigos no es ni la mitad de cruel que esto que me reconcome. Estoy metido en el ajo y conozco este espeluznante secreto pero en lugar de salir ahí fuera y advertir a la confusa y sometida humanidad preferí quedarme oculto entre las sombras con tal de salvarme yo mismo. Eso sumado a mi desesperado intento por salir adelante. Siempre fui un fracasado y siempre lo seré. Y en este caso, le he fallado a la humanidad completa.

Mi anterior trabajo ya me castigaba demasiado mas no obstante mi mujer hacía el resto. Qué arduo y complejo era llegar a casa todas las noches, con el pesar de que un conocido laboratorio químico estuviera experimentando con inocentes animales para poner a prueba diferentes productos cosméticos, a pesar de lo que su almizclada imagen en televisión ofrecía con sus doctores de bata blanca pulcra y sonrisa de algodón, acompañados de frases preparadas y maquilladas hasta tal punto que sentías al oírlas satisfacción plena porque tu país estuviera en unas manos tan firmes.

Esto me tenía castigado. Nunca he tenido una conciencia limpia, siempre alguna sombra ennegrecía todos los rincones de mi corazón sin dejar hueco alguno para un rayo de luminosa esperanza. Laura ya se encargó de hacer el resto.
Ella nunca estuvo satisfecha con mi trabajo. Siempre me veía como un sucio rastrero al que únicamente le importaba tener en mano los cuartos que ganaba, pero no su procedencia. Parecía olvidar que era yo la única persona que mantenía todas las bocas que necesitaban ser alimentadas en casa.

Finalmente se cansó de tener un alma sucia. Un sádico hombre de túnica negra ya se encargó de hacer el resto. Juicio y papelito y desde entonces no volví a verlas nunca. Me había condenado por partida doble. Supongo que este era el merecido castigo por dedicarme a lo que me he dedicado todo este tiempo. Me he arrepentido mil veces desde la primera mueca que puso mi mujer al oírlo. Ya han pasado tres años y no puedo dejar de echarlas en falta. Las lágrimas que he derramado estos años únicamente han servido para secarme más. Cada gota que me recorría la cara me recordaba todo lo estúpido que había sido todo este tiempo. La avaricia rompe el saco y yo, con tal de ganar lo máximo posible, aunque fuera para que ellas tuvieran una buena vida, acabé rompiéndome a mí mismo en mil fragmentos que el tiempo se encargó de esparcir. Por mucho que quisiera ya se habían disuelto y no iba a ser posible arreglarlo. Mi hija, con tan sólo un año, es el único recuerdo dulce que conservo. Pese a la terrible angustia que siento en mis entrañas al extrañarla tanto, me conmueve recordar la última sonrisa que le pude arrancar.

Fue en el juicio. Cuando ya se dictó sentencia todos los allí presentes abandonaron el tribunal. Bajé las escaleras en compañía de mi abogado y mi mejor - y actualmente - único amigo, Federico, quien aguardaba en la puerta, conocedor de la sentencia que me esperaba, con intención plena de animarme como únicamente él sabía hacerlo. Mi mujer recorrió cada uno de los escalones escoltada por su abogado y con Silvia a sus brazos. La miré y ella me miró. Fue un momento único y agridulce. En primer lugar sabía que iba a ser la última mirada que iba a compartir con mi propia hija. Pero por otro lado sabía que ese momento valía oro. Y recé a todo cuanto conocía porque esos maravillosos segundos no transcurrieran jamás. Que todo se detuviera ahí y sólo estuviéramos ella y yo. Pero no fue así. No obstante, le dediqué una última sonrisa, totalmente involuntaria, sacada más allá de lo más profundo de mi ser. Ella, que nunca fue un bebé de sonrisa fácil, pareció interpretar perfectamente la situación y entender que me tenía que devolver esa sonrisa. Y lo hizo. Jamás olvidare esa sonrisa. La más hermosa de las curvas que el hombre pueda haber visto jamás. Agarré el tiempo cuanto pude pero finalmente entraron en el que en tiempo fue nuestro coche y abandonaron las proximidades del juzgado. Jamás he vuelto a verlas. La casa también la perdí. Pero lo más doloroso sin duda, fue perderlas a ellas.

Laura no quería que las visitara. Hablé por teléfono un par de veces más con ella. Le supliqué poder visitarlas. Me lo negó. Vendieron la casa y nunca volví a saber nada de ellas.

Y con medio corazón podrido como única posesión, latiendo ahogadamente en mi interior para darme a vivir unos últimos años agónicos, salí adelante. Con la parte que me quedó y un poco de ayuda de Fede, pude comprar un piso. Mis años de experiencia afianzados por mi título de ingeniero me continuaban abriendo muchas puertas. Pero no fue el camino claro para mí. En lugar de agarrarme de la mano del poderoso caballero don dinero me agarré al curvilíneo cuello de la botella de whisky. Trago a trago fui derrochando todo mi patrimonio y acompañé a mi hígado para que ambos recibiéramos una dura paliza.

Pero irónicamente fue aquel que hundió mi felicidad, tal y como la conocía, quien volvió a tirarme un salvavidas para poder continuar a flote. Así es, la codicia llamó a mi puerta en forma de puesto de trabajo. Una fría tarde de Febrero, perforado por la resaca y con los ojos turbios como charcos de agua en un barrizal, vi aquella carta. Un documento confidencial en manos de un hombre enchaquetado hasta las pestañas sacudió de repente todas mis ideas. Yo le dejé pasar y le ofrecí asiento y algo de café. Él examinó toda la casa antes de por fin decidirse a hablar. Aquella carpeta confidencial no llegué a verla abierta hasta más tarde, cuando ya acepté las condiciones que ese misterioso hombre me planteaba. Se trataba del dichoso Odigos.

Esa tarde, una vez solo de nuevo, no podía saber con certeza si lo que había sucedido horas antes había sido real o si se trataba de un producto de mi imaginación afectada por todo el alcohol ingerido y la continua persecución de las ideas corruptas que hicieron de mi vida un infierno emocional aquella vez.

Mucho café y horas y horas de reflexión. Ese hombre me ofrecía formar parte de un proyecto que tal vez fuera de contaminada índole moral. Me advirtió que una vez aceptara formar parte de él toda la información me sería revelada inmediatamente y podría acceder a muchos secretos de Estado. El precio a pagar es que, fuere cual fuere el proyecto, me tenía que comprometer vitaliciamente a cumplirlo y a formar parte de él. Podría ser cualquier cosa. Tenía ante mí una caja de Pandora. Por último me bastó con mirarme de arriba a abajo y ver el estado en el que se encontraba mi apartamento para tomar la decisión: no tenía nada que perder. Mi vida de por sí ya era un hoyo del que no iba a poder salir de otra manera. Cualquier cosa que me ofreciera aquel engominado agente no podía ser peor que esto.

Finalmente llamé al número que me facilitó el enchaquetado y en cuestión de horas lo tenía ahí mismo una vez más, plantado en mi umbral, con el documento sólidamente sujeto entre sus brazos y su pecho como si de su propio hijo se tratara. Le repetí la oferta de café y asiento y él llevó a cabo el mismo protocolo que realizó esa misma mañana, esta vez con una mayor rigurosidad.

Una vez hubo examinado meticulosamente cada rincón de mi casa, me acompañó en la ingesta del café, que para mí ya era el decimosexto del día, hecho que delataban mis temblorosas manos.

- Parece usted nervioso – me dijo.

- Es curioso que se fije. He tomado ya unos quince cafés. Todo cuanto ha salido de sus labios me ha obligado a pensar, y me parece que cuanto más lúcido estuviera, mejor – le respondí en un alarde de no parecer nervioso pronunciando esas palabras, ya que probablemente pudiera pensar que trataba de ocultar algo que pusiera en peligro la confidencialidad de su visita.

- No se altere, me parece una sabia decisión. Le hemos estado investigando y un hombre en su situación es perfecto para nosotros – dijo, dejando un hueco para un sorbo de café – su situación es trágica y lo siento. Pero un hombre carente de vínculos afectivos o familiares nos facilita mucho más las cosas, supongo que lo entenderá – continuó.

- Sí, lo entiendo – espeté con firmeza, pese a que en ese momento sentí una fuerte violación de mi intimidad. ¿Cuánta información podrían saber de mi vida personal esos malditos cenutrios?

No me sentí cómodo con esas palabras, lo cual me facilitó el decantarme por aceptar sus condiciones. Si ya mis secretos estaban al aire, ¿por qué no conocer yo algunos secretos importantes?

Acabé aceptando la oferta y fue entonces cuando se abrió la susodicha carpeta. Todos los documentos de su interior estaban atravesados por el letrero “CONFIDENCIAL” en un suave color rojo que no dificultaba en absoluto la lectura del mismo. En los encabezados una única palabra seguida de un logotipo que jamás, desde ese momento, iba a olvidar: Proyecto Odigos.

Desde ese momento ya era uno de los suyos. El misterioso agente esperó a que me arreglara y acto seguido, en su lujoso coche negro de cristales tintados y llamativas llantas nos dirigimos hacia el interior de un edificio. Ese edificio a día de hoy es el lugar donde trabajo. En él iba a empezar a labrarme una nueva vida a la vez que iba perdiendo un pedazo de alma con el paso del tiempo. No sabía lo que me esperaba. En ese momento sonreía inocentemente – aunque no lo hacía a vista del agente – sin saber lo que me aguardaba al otro lado. Recuerdo que creía que mi vida había resurgido de sus cenizas, aunque algo de mala espina era evidente que existía en todo esto.

Mi puesto, al igual que en laboratorio químico, consistía en supervisar y mantener toda la maquinaria. Para la parte de supervisión tenía a mi disposición los mejores equipos que jamás había visto. Procesadores de dieciséis núcleos y memorias RAM de un terabyte. Computadoras que a nivel de consumidor nadie podía ni imaginar por aquel entonces. Había oído hablar de los “superordenadores” de algunas grandes potencias, pero sin duda era la primera vez que veía uno. Obviamente estos ordenadores en concreto no existían a ojos de cualquiera que fuera ajeno a Odigos.

 

A día de hoy, más de dos años después, mi alma se sigue desgastando como si fuera un diente de león soplado por una suave brisa asesina. En mi cabeza mi primer pensamiento sigue siendo la pequeña Silvia. Cuatro años de vida y no podría imaginar que aspecto tendría. Pero más me atemorizaba lo que pudiera pensar de su padre años después, ya que es voz populi que todo hijo abandonado acaba experimentando un rencor fermentado por los años de ausencia hacia el pariente que lo abandona.

Mi puesto de trabajo me exigía mucho. La única forma de relajarme consistía en tomar luego unas copas con Fede, quien después de tantos años y tanta montaña rusa emocional que me había visto vivir, seguía ahí al pie del cañón demostrando que una verdadera amistad resiste como acero templado.
Aún a pesar de esta amistad férrea, engañaba todas las noches a Fede. Le hacía creer que nos pillábamos una buena cogorza juntos, cuando realmente no era así. Quien realmente acababa sumido bajo las redes del alcohol era él exclusivamente, mientras que yo fingía estar en estado de embriaguez. Nunca fui alcohólico, no es por eso que evitara consumir alcohol a su lado. Era por el importante peso que tenía la verdad que se ocultaba en mi cerebro. Si una noche, fruto de la inhibición propia de esos brebajes, desvelara cualquiera de esos secretos… Quién sabe lo que podría ocurrir.
Así que realmente mentía a Fede para evitar pronunciar palabras de las que me arrepintiera.

Por supuesto que me sentía fatal por traicionar la confianza de quien había cargado tantos años con semejante lastre. Lamentablemente con esto ya no quedaba ningún hueco del día que me hiciera sentir bien. Toda mi vida es un engaño y sinceramente, no tiene pinta de que todo esto vaya a cambiar.

Todo cuanto oculta Odigos, querido diario y único conocedor de la verdad por mi parte, es una manipulación a nivel español de la civilización. Laboratorios chinos clandestinos instaurados aquí, en Málaga, con el fin de desarrollar un virus neuronal que afecta a la parte del cerebro que se encarga de la toma de decisiones. Con un control previamente programado de esta zona, el gobierno pretende orientar el cerebro de todos los ciudadanos españoles hacia el consumismo a la vez que los volvía completamente sumisos ante cualquier tipo de rebelión. Es decir, íbamos a ser esclavos mentales.

Todos los afectados por este virus iban a convertirse en marionetas. Inocentemente podrían pensar que son libres, pero no era así. Una verdad triste. Aunque también me hacía pensar en que probablemente con anterioridad ya podría haber existido gente como yo, que conocía secretos que nos han afectado sin que los demás lo supiéramos.

 

Hoy es el primer día tras la primera vacunación. El virus se ha introducido en el sistema sanitario español como una vacuna para la hepatitis. En primer lugar había sido distribuido en la provincia de Málaga. Una primera oleada de personas fueron vacunadas ayer. Se ofrecieron en los distintos hospitales de la provincia unas cincuenta mil vacunas para aquellos que la solicitaran en cualquier centro de la seguridad social. La gente, con tal de inmunizarse ante la hepatitis acudió a los hospitales en masa. La operación fue todo un éxito. El virus ha sido implantado en cincuenta mil habitantes que nunca más dispondrían de la capacidad de la toma de decisiones, al igual que cualquier futuro primogénito que pudieran tener, al ser portadores del virus todas aquellas personas cuyos padres también lo fueran.

La razón por la que escribo este diario es para registrar de manera escrita la evolución de todo esto ya que considero que es un importante paso atrás para la humanidad. Cualquier cosa que pudiera suceder a raíz de esto está claro que no puede ser benigna. Si alguien lee esto algún día espero que valore mucho más su cerebro y piense que en el fondo, todo lo que nos rodea puede ser un engaño.

No obstante, mientras yo viva, no permitiré fallar a la confidencialidad de Odigos. Sino quién sabe qué me pudiera ocurrir, querido diario.

De momento es temprano como para aventajar resultados. La primera oleada del virus ha sido instaurada en la población malagueña, pero el virus tardará unas cuarenta y ocho horas en manifestarse. No obstante, pese a lograr el “bloqueo” de estas cincuenta mil personas, los resultados a gran escala de consumo y comportamiento no empezarán a observarse hasta transcurrido bastante tiempo debido a que los sujetos vacunados suponen una cifra escasa comparada con el total, con lo cual no causarán mella en los datos estadísticos que recoge el gobierno para llevar a cabo un estudio del consumo y, por ejemplo, de la criminalidad en la provincia de Málaga.

Por el momento todo ha ido bien en este primer día. Ningún programa ha advertido ningún error en los informes arrojados. Todo el mantenimiento es correcto. Me ha sido fácil hacer hoy mi trabajo. Terminé de preparar los equipos para el turno de noche. Una vez hecho, tomó el relevo Jacobo, un compañero del proyecto que se encarga de la supervisión en este último turno. A la mañana siguiente a las ocho de la mañana vuelvo a coger las riendas de la supervisión mientras que despido a Jacobo con sus habituales ojeras subrayando sus ojos a medio abrir.

Jacobo había sido supervisor en una multinacional de refrescos en el turno de noche, experiencia que haría que otro enchaquetado acudiera a su puerta para pescarlo. Él mismo me hizo conocer esto, aunque debido a mi propia experiencia podría haberme imaginado que Jacobo tendría un pasado cuando menos similar debido a que resulta evidente que los enchaquetados saben más de la cuenta.
Jacobo, además de las ojeras y los ojos medio cerrados, muy característicos suyos, siempre lucía una camisa con bolsillo a medio abrochar dando a lucir bajo ella una camiseta diferente cada día. Las camisetas solían ser de dibujos simpáticos o parodiaban algún título cinematográfico. Sin embargo la camisa tenía un contrato fijo en el torso de Jacobo, como si estuviera cosida a él, lo cual resultaba impresionante ya que nunca llegaba a presentar ninguna mancha o descosido. Siempre iba hecho un pincel pese a que solía comer en el trabajo, algo muy molesto para mí porque a la mañana siguiente siempre me veía obligado a pasar un trapo por el teclado de los supercomputadores para evitar que las teclas deslizaran. Asqueroso.

Una vez cedí el turno regresé a mi casa. Esta vez no tenía ningún mensaje de Fede en el contestador, ni tan siquiera me había mandado un mensaje de texto, prueba suficiente de que esa noche no me iba a tocar fingir borracheras a su lado.

 

A poco tiempo de irme a la cama me vuelve a reconcomer este sentimiento. Mi precio por joderme el alma ha sido librarme de este maldito virus, algo que me hace sentir un poco más libre. No obstante debo evitar compartir fluidos con cualquier portador, ya que esto haría que yo mismo cayera en este sumidero de manipulación. Tembloroso vuelvo a morderme las uñas como otras tantas veces que me he sentido culpable. Ya casi tengo los dedos en carne viva. Me quema aún más pensar que tarde o temprano, en una de estas oleadas o de manera indirecta, tanto mi mujer como mi hija se verán afectadas por el virus. Daría lo que fuera por poder alejarlas de todo esto pero no puedo hacerlo de ningún modo. Sólo me queda rezar por ellas. Por si no fuera poco tres años después sigo haciéndoles daño a distancia. Cada día estoy más muerto por dentro, sólo espero que Dios sepa perdonarme.

Es un trabajo cruel, pero alguien tenía que hacerlo.

Comentarios

Crossed ha dicho que…
muy bueno, con ansias de mas